Los nuevos mayores dejan atrás los tópicos sobre la vejez

Pese a que una gran parte de la sociedad sigue identificando vejez con dependencia y fragilidad, asociándola, en general, con elementos claramente negativos -percepción que ha permanecido durante años en el acervo popular-, la realidad actual es bien distinta, porque los mayores han cambiado mucho en los últimos años: ahora son más activos, autónomos e independientes.

Tradicionalmente, el segmento poblacional formado por las personas de avanzada edad se consideraba un colectivo homogéneo cuyos miembros se caracterizaban por la improductividad y la apatía, lo que condicionaba sobremanera su rol en la comunidad. Pero este concepto ya está claramente desfasado y superado, entre otras cosas porque se vinculaba a la jubilación, que cuando se alcanzaba suponía dejar de formar parte de la clase activa para incorporarse a la clase pasiva, lo que hasta hace poco se producía, por norma general, a los 65 años. Una prueba de que es un error vincular al empleo la consideración de una persona como mayor es que hoy en día difícilmente se podría encuadrar en esa categoría a alguien que deje de trabajar, por ejemplo, a los 55 años.

Además de la individualidad que caracteriza en nuestra época a los componentes de este cada vez más nutrido grupo, conviene destacar que sin duda se han hecho acreedores al derecho a tomar sus propias decisiones; es fundamental entender que mantienen todos sus derechos intactos, que deben ser exactamente los mismos que los de otras personas de menor edad, sin establecer ningún tipo de distinción.

La revalorización del perfil del mayor

La evolución cultural, económica y social experimentada en los últimos años, que ha propiciado evidentes cambios en este segmento poblacional, no solo ha modificado el perfil del mayor, sino que indudablemente lo ha revalorizado; anteriormente quedaban en cierta medida apartados de los ámbitos laboral y social cuando se jubilaban, y a partir de ese momento su actividad se circunscribía, casi exclusivamente, a su entorno familiar. Por el contrario, ahora gozan de unas expectativas impensables hace algunas décadas, lo que les permite ser dueños absolutos de sus vidas. Las mejoras en el sistema de salud y el aumento del nivel y la esperanza de vida, unidos a unas crecientes curiosidad y motivación para afrontar nuevos retos, han originado la aparición de la denominada ‘revolución de la longevidad’, que ha llegado para quedarse entre nosotros.

Asimismo, la citada transformación de la sociedad ha generado una diversidad mucho mayor de la que había antes tanto en el plano intelectual como en el ideológico e incluso en el estético, de la cual no es ajeno el modelo de familia: han surgido nuevos tipos de relaciones y de vínculos de autodeterminación. Numerosas personas mayores viven solas, en muchos casos no por necesidad sino por propia voluntad al querer disponer de plena independencia y de libertad, valores que hace 30 o 40 años no estaban instaurados, especialmente en las mujeres. A partir de ahora es por lo tanto necesario que construyamos nuestro futuro teniendo en cuenta la gran capacidad de actividad de los mayores, grupo del cual tarde o temprano un gran porcentaje de la población pasará a formar parte, así como la evidencia de que nos hemos convertido en una sociedad longeva.

Salud, estereotipos y prejuicios

Las condiciones físicas y mentales con las que muchas personas afrontan las últimas etapas de su vida -en ocasiones, por suerte cada vez menos, notablemente mermadas- siguen siendo habitualmente utilizadas como un estereotipo negativo para definir a los mayores. Pero esa parte de la sociedad para la cual vejez equivale a deterioro se olvida de que el envejecimiento es un proceso natural que no afecta a todos por igual, y aunque es evidente que no se tienen las mismas capacidades a los 30 que a los 70 años, la pérdida de algunas de ellas puede ser suplida por otras. La tendencia apunta a que los adultos de avanzada edad cada vez disfrutan de unos mejores estado de salud y condiciones de vida. Los españoles son un buen ejemplo de ello.

Pero no solo los tópicos negativos perjudican la imagen de este colectivo; difundir imágenes de adultos que no aparentan la edad que tienen, aunque en principio podría pensarse que es un estereotipo positivo, provoca también efectos nocivos, porque proyectan una imagen que no es real, que se utiliza mucho en la publicidad de productos estéticos, de ocio o financieros para atraer a clientes con un alto poder adquisitivo, y puede dar lugar a confusiones y malas interpretaciones, aunque siempre es peor equiparar senectud a deterioro porque ello da paso a la discriminación. En este sentido es pertinente sacar a colación el relativamente reciente concepto de ‘edadismo’, que hace precisamente referencia a la discriminación de las personas por razón de su edad.

Dado que indudablemente el colectivo de personas mayores ha cambiado y evolucionado de forma notoria, estos prejuicios deben ser erradicados de nuestra vida diaria, proceso que aún es demasiado lento por lo que es preciso seguir avanzando y acelerar el ritmo. Hay que tener en cuenta que en nuestro país, a diferencia de otros en los cuales se ha empezado a trabajar en esta dirección desde hace unos cuantos años, se ha hablado muy poco de este asunto, por lo que todavía estamos empezando a tomar consciencia y a asumir el problema, por otro lado absurdo, porque, como ya se ha apuntado antes, todos llegaremos a ser mayores algún día. Y en la consecución de este objetivo es crucial la colaboración de los medios de comunicación en su papel de conformadores de la opinión pública; en los últimos años se empieza a percibir un mayor interés periodístico por los temas propios del envejecimiento, hasta hace poco prácticamente ignorados.

Cruz y cara del coronavirus

Inicialmente, la pandemia de Covid-19 que estamos atravesando reforzó el estereotipo de los mayores como individuos especialmente frágiles y vulnerables, a lo que sin duda contribuyó el mensaje paternalista y sobreprotector transmitido por los políticos, hasta el punto de que en determinados foros ha podido incluso conducir a errores al ser percibidos como parte del problema cuando en realidad eran víctimas.

Pero a medida que la enfermedad ha seguido su curso, la imagen del colectivo ha ido ganando enteros gracias a la paciencia y tesón de la mayoría de sus integrantes, que han demostrado grandes dosis de fortaleza y sentido común resistiendo estoicamente el confinamiento y las restricciones de movilidad, saliendo de casa lo justo y necesario y cuidándose mucho para no contagiarse ni contagiar.

En resumidas cuentas, han vuelto a reivindicar su encomiable valor tanto como grupo como individualmente, sentimiento que debe arraigar paulatinamente en la cultura popular y ayudarnos a comprender que su grado de compromiso con la comunidad es alto, que como fuentes de conocimiento tienen todavía mucho que aportar, que su amplia experiencia es un valor añadido y que, cada vez más, constituyen un gran apoyo económico para multitud de jóvenes a los cuales les está costando un ímprobo esfuerzo abrirse camino. Porque una cosa está clara: nuestra sociedad debe estar siempre agradecida con ellos.